Quien experimentará la impresión de lo sublime en su grado más elevado será, en todo caso, aquél que se encuentre a la orilla del mar cuando se desencadene una gran tormenta o tempestad: ve entonces a gran escala la lucha de las fuerzas naturales; ve las olas alcanzar la altura de grandes edificios y luego hundirse; la resaca choca violentamente contra los abruptos acantilados de la orilla, mientras la espuma salpica el aire; a ello hay que añadir el bramido de la tormenta, el rugido del mar, el brillo de los relampagos en medio de las oscuras nubes y el rumor de los truenos, que sobrevuela el mar y la tormenta. Entonces el espectador, que se encuentra presenciando la escena a buen recaudo, experimenta con toda plenitud la impresión de lo sublime, alcanzando la duplicidad de su conciencia una gran claridad; esto es: se siente al mismo tiempo como un individuo, como un fenómeno perecedero de la voluntad, que estas fuerzas pueden aniquilar con el más ínfimo golpe, inerme frente a la poderosa naturaleza, dependiente y entregado al azar; una nada que puede desaparecer en cualquier momento ante tales gigantescos poderes; y, al mismo tiempo, se ve a sí mismo como el tranquilo sujeto del conocimiento, que, considerado como la condición de todo objeto posible, sostiene la totalidad de este mundo, de manera que ante la terrible lucha de la naturaleza, el permanece libre y ajeno a todo querer y necesidad, captando serenamente las ideas. Es aquí cuando se alcanza plenamente la impresión de lo sublime, que, cuando nos hallamos a la vista de un poder infinitamente superior que amenaza al individuo con la aniquilación, se manifiesta como lo " sublime dinámico"
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